El miedo que le tengo a hacer el ridículo y a la vergüenza en general contribuye a que odie con todas mis fuerzas la bebida.
Paso vergüenza ajena sólo con ver a la gente soltar tonterías cuando están borrachas, ya si soy yo la gilipollas que suelta perlas por la boca estando ebria creo que me moriría por quemaduras de 3er grado a causa de mi propia sangre hirviendo en mi cara roja.
¿De verdad que soy la única en este mundo que prefiere quedarse una tarde sentada en un parque hablando con sus amigos antes que irse a un sitio cerrado repleto de gente que no para de darte codazos y pisarte los puñeteros pies, que dicho sea de paso, están los pobres adoloridos de no parar de bailar?