Sweet dark-Capitulo 1

El día podría haber sido más divertido, se dijo Bill mientras amarraba la otra punta de la hamaca en el árbol más débil de su patio. Quizá esta acción no fuera la más inteligente- Bill sabía que iba a terminar con el árbol roto y él en el suelo-, pero como todo humano que se precie, estaba dispuesto a correr el riesgo.

Más divertido pero no mejor, pensó mientras se subía a su cama campal improvisada y abría su libro favorito del momento. ¿Qué mejor plan que tumbarte bajo la sombra de tu árbol en una tarde veraniega? A lo mejor quedar con tus amigos para ir a la piscina, pero, ¿qué más daba?, un ventilador y un buen vaso de refresco frío podrían servir igual.

Se concentró en el primer párrafo de la quinta página del segundo capítulo y se empeñó en crearse esa asmotfera de romanticismo que se respiraba en cada frase.

-Buf, el amor-susurró hastiado antes de beberse un buen sorbo de su lata-. No te fíes de él, Rachel, en cuanto vea un par de tetas mejor que las tuyas, se largará-tuvo que tragarse sus palabras cuando, al final del libro Adam acababa su vida con un último "Te amo" hacia su querida y vieja esposa.

Si alguien se explica por qué Bill odiaba tanto el amor... ¿No es fácil de explicar? ¿Cuántos adolescentes se encuentran ahora mismo en su casa, tirados en la cama con galletas y Nocilla al lado, mientras se preguntan: ¿qué hay de malo en mí que no encuentro pareja? Bill se encontraba en esa fase de la adolescencia en la que ve como todos sus amigos y amigas se juntan y empiezan a procrear-sin tener bebés... O quizás sí, los más descuidados-mientras él simplemente se queda a un lado como un espectador al que nadie quiere y nadie habla, que se sabe que está ahí, pero nadie tiene en cuenta.

Qué putada de vida, pensaba él autocompadeciéndose de sí mismo mientras un niño de África pasaba hambre,pero eso es algo que hacemos todos los jóvenes,siempre quejándonos.

-¿Qué cojones...?- exclamó cuando escuchó un golpe seco provenir desde el otro lado del frondoso y largo arbusto que separaba su casa de la otra. Dejó su libro a un lado y se levantó de un salto, casi cayéndose al suelo. Echó una mirada asesina a la hamaca por hacerlo quedar en ridículo ante los árboles, y se agachó para mirar por un resquicio de su vaya natural que había al final,en la esquina más cercana.

Lo primero que vio, y le llamó bastante la atención, fue un mundo de pies-o eso fue lo que pareció- pasar de allí a allá. En realidad solo había... ¿cinco pares de pies? con todo tipo de zapatos, desde zapatos cerrados, chanclas, hasta un par de Nikes que quedaban casi ocultas por un pantalón que parecía ser arrastrado con desgana. Un par de pies, unos que parecían de mujer, se pararon justo en frente de él y se pusieron de cuclillas, dejando ante el agujero del espía tapado por una caja marrón de mudanza.

-¡Mierda...!-susurró el cotilla Bill.



-¡Mamáaaaaa!

Bill buscó por todos los cajones de la cocina, pero lo único que encontró fue un mini paquete de mini galletas,que se llevó consigo. Buscó también en el salón, en el baño y en la lavandería, pero no había rastro de su madre.

-Papá, ¿dónde está mamá?-le preguntó a un hombre espatarrado en el sofá más grande del salón. Este solo roncó muy fuerte y giró la cabeza al lado contrario del que lo tenía-. Gracias, padre, lo buscaré en aargh, sea lo que sea eso.

Y Bill encontró a su madre. La encontró en su cuarto, doblando ropa mientras escuchaba algo de música de su tiempo, viejas canciones, de tanta edad como la de Bill, que se repetían cada vez que su madre hacía algo de limpieza.